domingo, 27 de julio de 2014

Tractat del insensato

Gozar de un espíritu, una sensibilidad antagónica
o una inconciencia intensamente conciente,
puede resultar alienante.
Ya decía un bestia de la estepa: es una virtud ligada al padecimiento,
que no puede ser tan infame si es que emerge de esta suerte de energía vigorosa.
Vivir o sobrevivir como un suicida,
con un incesantante valor para tentarse con la muerte día tras día,
o día por medio
es descomunal,
ciclópeo;
no es siniestro,
es algo más bien milagroso
y profundamente etéreo,
sublime.
Es cierto también,
que en estas hazañas
se hallan naturalezas extraordinariamente duras, ambiciosas,
y hasta audaces,
porque estos imprudentes ven en la muerte la redención,
y por lo tanto están dispuestos a eliminarse,
entregarse,
extinguirse,
y volver al principio.
Siendo la muerte la justificación más verosímil de la vida,
y la vida convertida ya en un enorme simposio,
reducida a un fraude,
a una trampa,
abarrotada de excesivas legalidades absurdas,
persuadidas de autosatisfacción
y confinadas en un universo de confortabilidad y comodidad:
en una zona templada y agradable donde no hay tempestades y tormentas,
donde solo se cosecha  tranquilidad de conciencia,
temiendo la entrega de uno mismo
se malogra la naturaleza de la existencia
dejando sólo la encarnación,
de un rebaño de corderos,
con sus lobos errantes,
esos,
quiénes comprenden
la nobleza de detonarse,
y lograr lo absoluto
en la masacre del yo,
en la verdad de sus fragmentos,
de ser extenso e interminable,
inagotable e infinito, siguiendo el impulso suicida de saltar.

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